Introducción
Aunque no lo notemos, todo nuestro entorno, e inclusive nosotros mismos, estamos a merced de los fenómenos físicos que nos rodean. Un ejemplo de ello es que todo vibra. Otro es que todo se dilata y que todo se contrae. Pero, todo también, tiende al equilibrio. Puede ser por gracia de la naturaleza o por el estudio y la aplicación de soluciones tecnológicas que controlen los efectos que esos sucesos pueden provocar a nuestra vida cotidiana.
Concretamente me referiré a la dilatación de los hormigones en pavimentos e informaré algunas técnicas constructivas destinadas a controlar sus consecuencias nocivas, tales como: roturas por presión entre losas, agrietamientos en lugares no deseados, desplazamientos de placas, etc.
El hormigón dispuesto como pavimento, una vez curado, se comporta como una placa homogénea, que, sometida a los cambios de temperatura, contrae y dilata en todas sus direcciones. En ese uso, las más importantes son las que incrementan su superficie plana, dado que las variaciones de espesor pueden ser consideradas despreciables.
Todos los profesionales de la construcción saben que el medio para controlar ese movimiento es la junta, comúnmente llamada de dilatación, la cual puede definirse como un elemento calculado en ubicación, morfología y relleno, con la función de absorber las variaciones de longitud de los elementos que une, para preservar así la integridad física de éstos.
Comportamientos de la placa
Como ya se indicó, la variación del espesor por dilatación puede despreciarse, pero es en ese espesor donde la dilatación es diferente en cada centímetro de la placa. Para ser más claro: la cara expuesta a la fuente de calor (en el caso de una calle, es la superior, la que da al sol) dilatará más que aquella que esté del lado frío (la que da hacia el suelo). Igualmente, por aquello de que los fenómenos físicos tienden a equilibrarse, ante una exposición importante y prolongada, habrá una transferencia de calor hacia la parte inferior y finalmente toda la placa aumentará su área.